Coca-Cola es famosa por el impacto de su publicidad. Coloca su logo omnipresente en imágenes de gente bonita y feliz asociando magníficamente su marca con felicidad, Santa Claus, e invierno.
El resultado es que cuando estás en una gasolinera con sed o un restaurante preguntándote que pedir, “un coca” aparece en tu mente antes de que pienses.
Ahora si ves el periódico nacional o cualquier revista, o la multitud de vallas que son la desgracia de Centroamérica, veras que docenas de empresas nacionales y locales—spas, salones, hoteles, restaurantes–están imitando la publicidad de Coca Cola.
Verás una persona feliz, un slogan opaco, y un logo.
Lo más probable es que es vendedor de anuncios les dijo que un anuncio así—que seguramente cuesta $1000s—les crearía “reconocimiento de marca”, “branding”, “top-of-mind”, y “posicionamiento”. De hecho, una vez un vendedor de un periódico bien listo me dibujo el logo de Coca-Cola y el hecho de que lo reconocí comprobó que necesitaba gastar una cantidad enorme por una media página—para tener una marca como Coca-Cola.
Obviamente, esto es absurdo.
Coca-Cola, McDonald’s y un par de otras marcas han construido su posicionamiento en nuestras mentes a través de un bombardeo constante que es el resultado de miles de millones de inversión. Probablemente veo el logo de Coca-Cola 15 veces por día – y así ha sido por toda mi vida.
Lo que necesitan la gran mayoría de negocios—grandes y pequeños—es una estraga publicitaria que regularmente les lleve nuevos clientes, y a través de un excelente servicio, comunicación oportuna y ofertas relevantes que haga a los clientes regresar muchas veces. Este sistema es realista, medible y, más que todo, rentable.
Intentar ser Coca-Cola no lo es.